"Sólo en la lucha hay conocimiento. Sólo cuando hay dolor verás la luz. El dolor es tu guru. Igual que experimentamos felizmente los placeres, también debemos aprender a no perder nuestra felicidad cuando llega el dolor. De igual manera que vemos el bien en el placer, debemos aprender a ver el bien en el dolor; aprender a estar cómodos incluso en la incomodidad. No debemos salir huyendo del dolor, sino atravesarlo e ir más allá. Eso es cultivar tenacidad y perseverancia, una actitud espiritual respecto al yoga. Ésa es también la actitud espiritual hacia la vida." - Luz sobre la vida, B.K.S Iyengar
Todos sentimos dolor. A todos nos duele algo. Físico o emocional. Pero hasta donde debemos soportarlo en nuestra práctica?
Cuando empezamos a practicar yoga los dolores no reconocidos emergen a la superficie. No se trata de que el yoga sea el causante, el dolor ya estaba ahí, oculto. Hemos vivido con él y aprendido a no ser conscientes de su existencia. Y entonces pensamos que el asana debe de ser dolorosa. Y en cierta forma si. Las prácticas yóguicas nos enseñan hasta que punto puede nuestro cuerpo soportar el dolor y cuánta aflicción puede tolerar la mente. Iyengar describe el asana como un laboratorio en el que descubrimos cómo tolerar el dolor inevitable y cómo transformar el dolor que puede ser transformado. Sin cierta cantidad de estrés no puede experimentarse la auténtica asana y nuestra mente no puede atravesar sus limites. Se vuelve una práctica mediocre, limitada.
Cuando experimentas dolor entras en estrecho contacto con la parte que resulta dolorosa, para así poder ajustarla y disminuir el dolor y sentir ligereza. El dolor es un gran filósofo, un gran maestro porque piensa constantemente como deshacerse de sí mismo y eso requiere perseverancia y disciplina.
En el asana se necesita resistencia para poder permanecer en ella. Para dominarla se necesita paciencia y disciplina. Debemos crear relajación al igual que la cantidad justa de tensión. Y debemos sentir dolor. Pero cuánto? Debemos aprender la diferencia entre el "dolor apropiado" y el "dolor equivocado".
El dolor apropiado es constructivo e implica un reto. Es para nuestro crecimiento y nuestra transformación física y espiritual. Suele notarse como una sensación de alargamiento y reforzamiento graduales.
El dolor equivocado es una sensación aleccionadora súbita y aguda mediante la que el cuerpo nos dice que hemos ido más allá de nuestras capacidades presentes. Si el dolor es persistente y aumenta es que es equivoco.
La práctica se trata de percepción consciente, de estar ahí presente en la postura. Cuando una postura no contiene dolor nos es mucho más difícil concentrarnos en ella, estar en ella. Se necesita éste dolor apropiado para lograrlo. Al principio puede ser muy intenso el dolor. Para aprender la postura correcta hay que enfrentarse al dolor. Sin embargo, al abandonarnos a él ablandamos el cuerpo y poco a poco va disminuyendo.
En mi propia experiencia de vida y en la practica de yoga, he aprendido que al dolor ya sea físico o emocional hay que dejarlo Ser. No luchar contra él, no resistirse a él. Hay que aceptarlo, sentirlo, abrazarlo. Hacerlo parte de uno mismo cuando surge porque no hay nada que nos traiga tanto al aquí y ahora como el dolor. Nos aterriza. Y cuando menos luchamos contra él y lo respiramos, más rápido disminuye e incluso en algunas ocasiones llega a ser gozoso.
El dolor no hace ruido. Es sutil, silencioso. Cuando estamos en estado de dolor ya sea físico o emocional lo sentimos muy adentro. En el Ser, de donde surge. Lo sentimos en quietud.
El sufrimiento en cambio hace ruido. Mucho. Y no se siente adentro, es muy superficial. Es solo parte del ego, de protagonizar y victimizarse. Cuando entendemos esta diferencia entonces aceptas el dolor y dejas de sufrir.
Porque solo soportando el dolor crecemos y avanzamos. Así cuando terminamos una práctica de yoga donde experimentamos ese justo dolor, al final alcanzamos esa libertad. Esa paz y contacto con lo más profundo.